Para nadie es un secreto que el lado oscuro del deporte va de la mano con el doping, entre otras cosas. Este enorme elefante del deporte ha estado presente en la historia desde la época griega, pero el término no fue acuñado sino hasta 1879. Los Juegos Olímpicos, por tanto, no podían estar exentos.
Tras el reciente escándalo del equipo olímpico ruso, en donde al menos un tercio de sus integrantes usaban doping como herramienta cotidiana de entrenamiento y estaba, además, avalado por el gobierno, el tema volvió a tomar notable fuerza. Ahora, en medio de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016, los rusos no son los únicos que se han visto manchados.
El pesista Izzat Artykov, de Kirguistán, se convirtió en el primer medallista descalificado de las presentes olimpiadas por dopaje por decisión del Tribunal de Arbitraje Deportivo, TAS. En el control antidopaje, el atleta dio positivo en estricnina, una sustancia estimulante que se encuentra prohibida en la lista de la Agencia de Control Antidopaje, WADA.
Además del pesista, otros tres deportistas ya han protagonizado casos de doping en Río: la nadadora china Chen Xinyi que dio positivo en hidroclorotiazida, un diurético; la atleta búlgara Silvia Danekova, positivo en EPO, un estimulante; y el pesista polaco Tomasz Zielinski, positivo por nandrolona, un esteroide derivado de la testosterona.
La WADA estipula que si el deportista acusado de doping logra demostrar que el uso de la sustancia fue por error o se dio por la mezcla de otras sustancias que no están catalogadas como prohibidas, la pérdida del título será la única sanción. Pero si no se logra demostrar la inocencia, tendrá una sanción de entre 2 o 4 años sin poder participar en ningún evento avalado o realizado por alguna federación inscrita en el Comité Olímpico Internacional.